San Cristóbal, con su tristes historias y tiempos difíciles, vuelve a ser el escenario de una tragedia que, aunque aparentemente distinta, tiene un mismo trasfondo: el olvido. Esta semana, dos vidas perdidas en el sector de David, en Madre Vieja Norte, nos muestran que en algunas partes del país, la muerte no llega por enfermedad, sino por una mezcla de violencia, pobreza y un Estado que no está presente.
Michael Feliz Pimentel, conocido como “Lalo”, fue asesinado a los 26 años en lo que parece ser una disputa entre bandas en el sector Quita Sueño, en Haina. Su historia, contada por su padre, Pedro Feliz Sánchez, es la de un joven atrapado en un ciclo de delincuencia, parte de una pandilla en conflicto con otra. Es un triste reflejo de una sociedad que empieza con una infancia llena de carencias y termina con una sábana blanca en la morgue.
Los rumores en el barrio se esparcen rápido: se dice que los hermanos Baba y Johnny Lachalupa fueron los que le dispararon, y que otros, como Olimpo y Gucho, también estaban por ahí. Todo parece parte de una lucha por un territorio que el Estado ha olvidado. Aquí, ser parte de una banda es más una herencia que una elección.
Mientras se investigaba (o se complicaba más) el asesinato de Lalo, hubo otra muerte en el mismo sector. Esta vez, la víctima fue un hombre sin hogar, conocido como “Chiguagua”, que cayó de un edificio en construcción. La Policía indicó que no fue un crimen, sino un accidente. Pero al mirar más de cerca, esa caída representa un sistema que también se ha derrumbado.
Es trágico morir así: en soledad, sin un lugar al que llamar hogar, sin un nombre oficial y sin familiares que recuerden tu historia. En un país donde los proyectos inmobiliarios crecen, Chiguagua murió al pie de una construcción. No es solo una metáfora, es una cruel ironía.
Uno fue abatido por balas. El otro, en silencio. Pero ambos eran parte de la marginalidad. Vivían en las sombras de un desarrollo que no les incluye. Y ambos, aunque de maneras diferentes, cayeron. Uno, por un disparo; el otro, por la gravedad. Ninguno, por justicia.
En San Cristóbal, como en muchas ciudades del Caribe, la violencia y la exclusión son una constante. Mientras se debaten reformas y grandes proyectos en el Congreso, en barrios como Madre Vieja se resuelven las cosas a balazos, y la gente se enfrenta a la falta de lo básico.
Lo más preocupante no es que estas muertes ocurren, sino que suceden sin sorpresa. Como si las hubiéramos normalizado, haciéndolas parte del paisaje urbano.
